Recientemente, el politólogo de origen polaco Adam Przeworski obtuvo el premio Johan Skytte. Como el premio reconoce avances en la ciencia política y lo otorga una fundación sueca, nos ha dado por llamarlo el Nobel de la Ciencia Política. No hay que exagerar. De hecho, habrá que hacer votos porque la distinción a este gran [...]
Recientemente, el politólogo de origen polaco Adam Przeworski obtuvo el premio Johan Skytte. Como el premio reconoce avances en la ciencia política y lo otorga una fundación sueca, nos ha dado por llamarlo el Nobel de la Ciencia Política. No hay que exagerar. De hecho, habrá que hacer votos porque la distinción a este gran politólogo no pase desapercibida ante el Nobel-Nobel (en economía) que recibió su colega E. Ostrom.
El premio, se afirma, le fue concedido por “elevar los estándares científicos con respecto al análisis de las relaciones entre democracia, capitalismo y desarrollo económico”. A mi juicio, se lo podrían haber concedido por elevar los estándares científicos de la ciencia política, sin más. Aunque es probable que en América Latina muchos científicos sociales rechacen dichos estándares, la contribución de Przeworski es en la promoción, mediante un trabajo de excelencia, de lo que se conoce como ciencia política “dura”. En la excelente entrevista que le hicieron Munck y Snyder para su libro de 2007, define qué entiende por ciencia: “Sí, soy un científico. Considero que la coherencia lógica y la falsabilidad empírica son criterios esenciales de la ciencia. Lo que dices debe ser lógicamente coherente y debe tener consecuencias observables de las que se pueda mostrar si son ciertas o falsas”. Esta definición es precisa, en el sentido de que indica dos criterios muy claros para definir a la ciencia. Al mismo tiempo, no es tan estrecha como parecería: existen diversas formas de conseguir consistencia lógica en las formulaciones teóricas, y hay más de un mecanismo para mostrar que las implicaciones observables son consistentes con los hechos. Ahora bien, de estas diversas formas existentes en ambos campos, al profesor przeworski le ha dado por la teoría de juegos y el análisis cuantitativo, respectivamente.
En la semblanza del premio Skytte, también se destacan algunos de sus hallazgos particulares, por ejemplo, que el desarrollo económico no conduce a las transiciones a la democracia, pero ayuda a preservarla. En un terreno más general, con Democracy and Development, Przeworski y sus colaboradores reanimaron (si no resucitaron) la agenda sobre transiciones a la democracia. Al evaluar las consecuencias observables de la teoría de la modernización, este libro es un ejemplo de cómo someter a contrastación empírica teorías convincentes elaboradas antes de la “explosión metodológica” de la actualidad -lo que constituye un gran avance frente a las alternativas de tirarlas al olvido o aceptarlas como verdad dada.
No creo que exista un individuo del que se pueda decir que es el Issac Newton de la ciencia política, pero con seguridad el profesor Przeworski se destaca en el grupo de investigadores que han dado mayor cientificidad a nuestra disciplina. Mis felicitaciones.
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