A pocos días de que empiece el mundial de fútbol las protestas populares en Brasil no parecen disminuir, lo que despierta algunos temores sobre el éxito que se tendrá en la organización del mismo. Los sectores movilizados básicamente reclaman que en lugar de utilizar cantidades inmensas de dinero en la construcción de obras que demanda ese evento, el gobierno debería favorecer la inversión social para elevar la calidad de vida de las personas, en especial de los sectores más desfavorecidos (es importante mencionar que también se denuncia la existencia de corrupción en la adjudicación de contratos y costos inflados en los mismos). En contrapartida, los gobernantes, la FIFA y los inversionistas señalan que el gasto efectuado es en realidad una inversión que beneficiará a los brasileños, y que los ingresos por derechos televisivos, llegada de turistas, etc., superarán ampliamente a los costos. Además, se menciona que los beneficios se mantendrían en el largo plazo en virtud de la buena imagen que daría el país al mundo, lo que lo haría atractivo para recibir más turismo y más inversiones.
Este conflicto divide opiniones en el mundo entero y se ha desatado una polémica en torno a cuán benéfico es la organización de grandes eventos deportivos. Por ejemplo, hay quienes señalan que la actual crisis económica en Grecia, iniciada hace 5 años, se debió en parte a los costos de organizar las olimpiadas de 2000 y de mantener la infraestructura construida. También se suele mencionar los problemas económicos que supuso para Sudáfrica la organización del mundial de fútbol de 2010 y que los ingresos de los juegos olímpicos de Londres en 2012 no fueron los esperados. Sin embargo, los países continúan compitiendo intensamente por la organización de mundiales y olimpiadas, y el anuncio de los elegidos es acompañado de un nivel de euforia sólo comparable con la decepción de quienes perdieron en la decisión de ser sede de dichos eventos. Dado lo anterior, no resulta trivial preguntarnos ¿cuál es el beneficio de ser anfitrión en acontecimientos deportivos de escala planetaria?
Para responder a esa pregunta he recopilado datos correspondientes a 20 años de todos los países que organizaron mundiales de fútbol y olimpiadas a partir de 1968. Se comparan resultados en los diez años previos y en los diez posteriores a la realización de los mencionados eventos. En particular nos interesa explicar tres variables: crecimiento económico, pobreza y desigualdad (medida con el índice de Gini). Ahora bien, dado que no podemos esperar que el efecto sea el mismo en países avanzados y en países menos desarrollados (en los primeros previamente existe mayor infraestructura y el gasto en términos relativos es menor) se introdujo como variable de control al PIB per cápita (lo que significa que se mantiene constante el nivel de ingreso promedio en las naciones involucradas). ¿Qué se puede observar?
Los resultados nos muestran que la organización de grandes eventos deportivos, por sí misma, no tiene influencia en ninguna de las tres variables de interés, las cuales sólo son explicadas por el nivel de desarrollo de los países. Al respecto, el signo negativo obtenido no es sorprendente, ya que buena parte de la literatura especializada ha demostrado que las naciones más desarrolladas crecen a un menor ritmo que las demás; es decir, los países poco avanzados tienen amplio potencial para explotar sus factores de producción y poder crecer mucho, como ocurre hoy en día con China.
Los resultados son un poco decepcionantes, ya que no le dan la razón a ninguno de los dos bandos. No obstante, también debe tomarse en cuenta que mundiales de fútbol y olimpiadas han sido organizados tanto en países democráticos como en autoritarios. Es más, los gobernantes de estos últimos aprovechan dichos eventos para vender una imagen favorable al exterior. ¿Qué ocurre si introducimos una variable sobre régimen político pero en interacción con la presencia o ausencia de grandes eventos deportivos? Para realizar esto se ha recurrido a datos de Polity Project que evalúan los regímenes políticos de los países (valores positivos para democracia, valores negativos para autoritarismos).
Los nuevos resultados son por demás interesantes, ya que muestran que la organización de grandes eventos deportivos influye de manera diferente según el tipo de régimen que impera en los países anfitriones. Así, en la medida en que haya mayor democracia el crecimiento se verá favorecido gracias a un mundial de fútbol o a una olimpiada. El gráfico siguiente es más claro para observar el efecto.
Las dos líneas de puntos muestran el crecimiento obtenido cuando se organiza y cuando no se organiza eventos deportivos. La línea superior nos indica que, considerando el régimen político de los países, se produce un beneficio económico positivo a raíz de ser sede de juegos olímpicos o de mundiales de fútbol. Ahora bien, según nuestros resultados, esto no influye en la disminución o en el aumento de la pobreza y de la desigualdad, lo cual tiene todo el sentido del mundo. Es mucho pedir que uno de esos eventos solucione nuestros problemas sociales. Es tarea de los gobiernos a dónde destinar los ingresos adicionales obtenidos.
¿Quién tiene la razón y quién está equivocado? En principio se puede afirmar que postularse como futura sede de juegos deportivos está plenamente justificado si el país en cuestión es una democracia (o mientras más democrático sea). Ello da la razón a los argumentos de gobernantes, FIFA, Comité Olímpico Internacional e inversores de que las olimpiadas y los mundiales generan ingresos adicionales en los países anfitriones que compensan los costos incurridos. No obstante, las quejas de los sectores movilizados en Brasil parecen no ser descabelladas, ya que la evidencia nos dice que el crecimiento adicional no disminuye la pobreza y la desigualdad (aunque tampoco la aumenta). Al parecer los países se concentran tanto en la organización de esos eventos que, cuando llegan los ingresos, suelen gestionarlos de muy mala forma. Dicho todo lo anterior, el descontento social en Brasil podría ser leído de la siguiente manera: si va a haber más pastel, queremos un pedazo más grande.
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